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domingo, 1 de diciembre de 2013

Francisco le declara la guerra a los videntes que intranquilizan al Vaticano

 Francisco (cardenal Jorge Bergoglio), el primer Latinoamericano electo Papa en la historia de la Iglesia Católica. - Getty ImagesEl Papa advierte la vigencia de un manual que ayudará a la Iglesia saber cuándo un mensaje viene de parte de Dios.

Francisco (cardenal Jorge Bergoglio), el primer Latinoamericano electo Papa en la historia de la Iglesia Católica. - Getty Images


Por Jorge Cancino

A mediados de noviembre, una agencia católica de prensa reportó la postura del Papa Francisco sobre apariciones y mensajes de videntes que proliferan por el mundo, y que tienen como blanco la creencia de los fieles de la Iglesia Católica y, en especial, al Vaticano.

Las palabras del papa argentino fueron registradas en noviembre durante la celebración de una misa en la capilla de la Casa Santa Marta, el hotel construido durante el reinado de Juan Pablo II para alojar a dignatarios y visitantes, y también para el descanso de los cardenales que eligen al sucesor de San Pedro durante el Cónclave.

ACI Prensa, la Agencia Católica de Informaciones con sede en Lima, Perú, dijo que el Obispo de Roma había explicado que “el espíritu de la curiosidad mundana, que busca saber por saber y cosas cada vez más extrañas o inusuales, aleja de la verdadera sabiduría la gloria, la paz y la belleza de Dios”.

La curiosidad, añadió Francisco, impulsa a querer sentir que el Señor está acá o allá; o nos hace decir: "pero yo conozco a un vidente, a una vidente, que recibe cartas de la Virgen, mensajes de la Virgen. Pero, mire, ¡la Virgen es Madre! Y nos ama a todos nosotros. Pero no es un jefe de la oficina de Correos, para enviar mensajes todos los días". ¿Por qué no?, cabe preguntarse.

El Papa agregó que "estas novedades alejan del Evangelio, alejan del Espíritu Santo, alejan de la paz y de la sabiduría, de la gloria de Dios, de la belleza de Dios". Y apuntó que "Jesús dice que el Reino de Dios no viene para atraer la atención: viene en la sabiduría".

Qué sí, qué no

Francisco se detuvo unos momentos para aclarar el significado de la sabiduría y tomar distancia de lo que, denominó, el “espíritu de dispersión, de curiosidad” y advirtió que el católico no debería andar por el mundo buscando “cosas extrañas”, como por ejemplo mensajes celestiales que generan confusión o un clima contrario a la paz pregonada por Cristo.

“El Reino de Dios no viene en la confusión, así como Dios no habló al profeta Elías en el viento, en la tormenta" sino que "habló en la brisa suave, la brisa de la sabiduría", subrayó el Papa. Y agregó: “Esto es caminar en la vida con este Espíritu: el Espíritu de Dios, que ayuda a juzgar, a tomar decisiones según el corazón de Dios. Y este Espíritu nos da paz. ¡Siempre!”

Del espíritu de la curiosidad, Francisco lo comparó al de los fariseos cuando le preguntaron a Jesús sobre la fecha de la venida del Reino de Dios, y señaló que no se trataba de algo bueno. "¡Es el cómo: es el espíritu del cómo! Y el espíritu de la curiosidad no es un buen espíritu: es el espíritu de la dispersión, del alejarse de Dios, el espíritu de hablar demasiado (…) Que el espíritu de curiosidad, que es mundano, nos lleva a la confusión".

Por qué ahora

La línea roja trazada por Bergoglio entre su reinado y los “mensajes” o noticias celestiales que provienen de extramuros, sembró dudas y preguntas que por ahora no tienen respuestas. ¿A qué se debe la preocupación del Pontífice en estos asuntos, cuando hay otros temas tanto o de mayor importancia tales como los millones de damnificados en Filipinas tras el paso del ciclón Yolanda, la amenaza de guerra entre China y Japón, la crisis financiera, el narcotráfico, el tráfico de armas, la trata de blancas, la apostasía, el desempleo, los miles de refugiados en Siria, el comercio de la prostitución infantil o la pornografía, por citar algunos?

Las preocupaciones de Bergoglio apuntan a que los “mensajes” extramuros “dispersan” la fe y generan “confusión”. De ser así, los problemas para el Papa son más graves de lo previsto; los temores del pontífice evidencian que, fuera del Vaticano, su reinado es débil, frágil, expuesto a “cosas extrañas” que amenazan con “dispersar” la fe y crear “confusión” entre los fieles, sus discípulos, estimados en 1,200 millones y entre quienes se cuentan diáconos, seminaristas, novicias, sacerdotes, monjas, monseñores, obispos, arzobispos y cardenales.

El primer registro

Desde la primera aparición de la Virgen María, ocurrida en el año 40 d.C. cuando visitó al apóstol Santiago, hasta nuestros días, el o los mensajes de la Señora del Cielo no llegan directa e inmediatamente al Papa o su círculo de poder inmediato. A esto se suma la existencia de un protocolo dirigido y regulado por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (el ex Santo Oficio) que determina qué se escucha o que no se escucha, pero admite que la primera y decisiva palabra está en manos del obispo de la diócesis donde se registra la aparición o el mensaje.

Conocido como “Normas sobre el modo de proceder en el discernimiento de presuntas apariciones y revelaciones”, el reglamento fue aprobado por el Papa Pablo VI en el año 1978 y sólo fue escrito en Latín. La proliferación de manifestaciones terrenas en las últimas décadas obligó al Papa Benedicto XVI a desempolvarlo y ordenar que sea traducido al inglés, italiano, español, alemán y francés, en un esfuerzo por poner el conocimiento en mano de todos, pero en particular de obispos y teólogos.

Bergoglio lo ha puesto en vigencia. Las traducciones se han convertido en versiones oficiales y definitivas que, incluso tendrán el poder de influir o incidir en la decisión de un obispo sobre la valoración de un supuesto fenómeno sobrenatural.

Benedicto XVI reconoció en la exhortación post-sinodal Verbum Domini la urgente necesidad de “ayudar a los fieles a distinguir bien la palabra de Dios en las revelaciones privadas” y anotó que éstas no tienen la función “de completar la revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia”.

“El objetivo principal es salvaguardar la fe del pueblo y evitar la proliferación de advocaciones que desmienten las enseñanzas de la Iglesia o, directamente, se contrapongan a ella”, ha dicho el Vaticano sobre el tema.

Signos de contradicción

Pero la historia, a veces, deja signos de contradicción que suelen ser tomados como signos de confusión, sobre todo cuando el mensaje fustiga el comportamiento de la jerarquía de la Iglesia.

Una característica de las apariciones marianas es incomodar al Papa y a la Santa Sede, sobre todo cuando el suceso no es reconocido oficialmente, pero propios y extraños se dan cuenta que el mensaje registrado no aleja al hombre del Evangelio, sino por el contrario lo acerca y lo coloca a distancia, nuevamente, del plan de salvación del género humano. Vaya dolor de cabeza para los teólogos.

El 19 de septiembre de 1846 en La Salette, Francia (cerca de la frontera con Suiza), ocurrió un suceso que el Vaticano ha aceptado sólo en parte, a regañadientes. La Virgen María se le apareció a dos pastores del lugar, Melania, de 14 años, y Maximino, de 11 años de edad. La Señora les dio un extenso mensaje que, dijo, debían guardarlo y divulgarlo 12 años más tarde, en 1858. Una parte del texto hace referencia “a los sacerdotes, ministros de mi Hijo, que por su mala vida, por sus irreverencias y por su impiedad en celebrar los santos misterios, por su amor al dinero, a los honores y a los placeres, se han convertido en cloacas de impurezas”.

La aparición de La Salette fue reconocida por el Papa Pío IX en 1851, pero el mensaje fue mantenido bajo llave por tratarse de un contenido incendiario. Contrario a lo que dijo Francisco en la capilla del Hotel Santa Marta, la Virgen dijo palabras fuertes, severas, demasiado francas, estrictas, potentes pero al mismo tiempo claras y transparentes. “Al pan, pan y al vino, vino”, dice el refrán. Y nada de esto quita que siga siendo un mensaje bello, hermoso y cálido.

Palabras duras

De acuerdo con la historia de la Iglesia Católica, desde el año 40 d.C. la Virgen María ha venido al mundo no para decir palabras que el mundo quiere escuchar, sino todo lo contrario: en sus visitas ha dicho palabras que lo estremecen con el único objetivo de sacarlo del error, encausar al hombre por el buen sendero y llevar las almas al Cielo. De no ser así, su visita no tendría una razón evangélica de peso. María viene al mundo por los pecadores. Y en este afán no hay discurso suave, ni palabras dichas en voz baja. La verdad, cuando se dice tal cual, se convierte en un signo de contradicción para la Iglesia y en un signo de confusión para quien no acepta sus propios pecados.

A causa del ocultamiento del mensaje que le entregó a Melania y Maximino en 1846, para que lo hicieran llegar al Papa, la historia cuenta que la Señora del Cielo regresó a Francia 12 años más tarde, en febrero de 1858, esta vez a Lourdes, en los tiempos de Napoleón. Uno de los secretos que Barnardette de Soubirous le entregó al Obispo de la diócesis de Grenoble para que lo pusiera en manos del Pontífice se relacionó con La Salette, pero esta parte de la historia volvió a ocultarse por lo enérgico de su contenido y porque apuntaba directamente a la jerarquía de la Iglesia Católica, sin excepciones.

Las apariciones de la Señora no se detuvieron; tampoco las manifestaciones preternaturales como las que ahora intenta atajar el Vaticano y que en las últimas décadas han proliferado como si se tratara de una plaga. Una de ellas se registró a partir del 12 de junio de 1983 en Chile, durante la dictadura de Augusto Pinochet, cuando el país se encontraba bajo un riguroso toque de queda y las concentraciones de gentes eran prohibidas por el régimen. Unos 30 kilómetros al noreste de Valparaíso, en la localidad de Peñablanca, un niño huérfano aseguró haber visto a la Virgen quien le pidió regresar al día siguiente al mismo lugar después del medio día. Volvió, esta vez acompañado de una decena de pobladores cercanos y a partir de entonces el fenómeno se regó por todos los rincones del país.

Las congregaciones masivas de feligreses, en algunos casos entre 250 mil y 350 mil –de acuerdo con periódicos de la época- hicieron temblar al régimen que acusó a la jerarquía de la Iglesia Católica de haber orquestado un movimiento para provocar una revuelta social y permitir el regreso del socialismo. Los Obispos respondieron acusando al gobierno de haber fabricado la aparición para distraer la atención del país de las graves violaciones a los derechos humanos.

La guerra de acusaciones terminó cuando el gobierno y la jerarquía identificaron a un amigo en común, el Partido Comunista. Poco antes de concluir los ataques y descréditos, la Conferencia de Obispos aseguró que Pinochet había conseguido aviones en Inglaterra, y que estos aparatos habían sobrevolado la zona y arrojado gases que les hacían creer a las gentes que en Peñablanca se aparecía la Virgen.

Uno de los primeros mensajes difundidos en Peñablanca está relacionado con uno de los principales secretos de La Salette, aquel que dice que los sacerdotes, a causa de sus irreverencias e impiedad en la celebración de los santos misterios, “por su amor al dinero, a los honores y a los placeres, se han convertido en cloacas de impurezas”.

Sin duda, el mensaje se trata de un signo de contradicción para el mundo católico y un signo de confusión para una jerarquía estremecida, en los últimos años, por graves escándalos, entre ellos miles de acusaciones por abusos y perversiones sexuales del clero a miles de niños, y el pago, en algunas diócesis de Estados Unidos, de más de $2 mil millones para silenciar a las víctimas y sus atribuladas familias.

En marzo de 2010, Benedicto XVI expresó “vergüenza y remordimiento” por la violación y abuso de niños y se declaró “profundamente consternado” por el sufrimiento al que se han visto sometidos “jóvenes indefensos”, y criticó con dureza a los curas y religiosos culpables de los abusos por haber, dijo, “traicionado la confianza de los jóvenes y de sus familias” y reprochó a los obispos la “inadecuada respuesta” ofrecida a las víctimas.

Un estudio de la National Review Board reveló que 4,392 sacerdotes fueron acusados de abuso sexual de 10,667 menores entre 1959 y 2002 en Estados Unidos, y que de ellos unos 6,700 casos presentaron pruebas suficientes y otros 3,300 no fueron investigados porque los sacerdotes ya habían muerto. Otros 1,000 no presentaron pruebas fiables.
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